El encuentro así terminaba. El reconocido artista se alejaba y lejos estaba yo de imaginar que a sus 87 años, viviría sólo unos meses más. Sobra decir que Don Enrique Zenteno estaba orgullosísimo de que el mismísimo padre del muralismo mexicano le hubiera dedicado estos segundos a su xocoyotito. Hablaba con un vivo gusto de algún elogio sobre mí que le había murmurado el pintor, anécdota que, sospecho yo, al paso del tiempo primero me hizo pavonearme pero luego me sonó a compromiso -no del comentarista, sino por llenar la expectativa: "el niño dibujaba bien, ahora habría que estar a la altura", pero no me dediqué a la pintura. Pasó medio siglo, y hace unos días invertí tres horas viendo sus trazos, mezclas de tonos, texturas y perspectivas. Justo ahí, desde las estupendas salas del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, sentí que regresaba por un terreno familiar. El orgullo por la anécdota, siempre me acompañará.
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Autorretrato, 1948, Atl Color /cartón. De la colección del Museo Blaisten. Enlace |
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